¿No te da vergüenza? Me pregunto mientras aumento dos grados el termostato de la calefacción e ignoro las imágenes de refugiados en Turquía durmiendo en el barro tiritando de frío. ¿No te da vergüenza? Me repito mientras decido si pido para cenar comida china o una pizza mientras en la televisión aparecen personas desesperadas por alcanzar un saco de comida con el que saciar el hambre de sobrevivir de pobres familias que no tuvieron la suerte de nacer en una Europa que ahora les da la espalda. ¿No te da vergüenza? Me digo mientras pienso que deberían solucionarlo los gobiernos, que si yo pudiera les acogería en casa. Mentira, no lo haría. Por supuesto que daría parte de mi sueldo para ayudarlo, pero no lo hago; no podría permitirme el último modelo de móvil. Prefiero que sea nuestro vergonzoso gobierno quien lo haga, para seguir criticándolo merecidamente hasta que se decida y acallar mi conciencia cuando se digne a actuar. Sí que me avergüenzo, pero busco el mando de la televisión, va a empezar mi serie favorita.