Son una especie en peligro de extinción. Suelen ir en grupo aunque en algunas ocasiones alguno destaca sobre el resto.Vaso en mano a modo de micrófono, mano a media altura como un Juanito Valderrama entonando el estribillo de una copla, casi de puntillas dirigiéndose al público, que varía entre asustado y emocionado. Me refiero a las cuadrillas, generalmente compuestas por hombres, que recorren los bares del barrio tomando unos vinos y, animado por ellos, lanzándose a cantar.
El otro día, a la hora del vermout, nos encontramos con una de estas cuadrillas y recordé que, en cada ciudad que he estado, me los he encontrado a esta gente ya sea cantando bilbainadas de poteo por lo viejo de Bilbao, que se arrancan por alegrías en Cádiz, coplas por la Plaza Mayor de Madrid o jotas por la Laurel de Logroño. El escenario, siempre callejuelas estrechas llenas de bares y el ambiente lo ponen las planchas y freidoras de los mismos.
Siempre recordaré con cariño a un paisano mío , de nombre muy familiar, que, llegando a casa de mis abuelos en los soportales, cantaba de columna en columna agarrándose para no caerse un día sí y otro también, siempre con su boina ladeada y su mano en la oreja. Sus canciones hablaban de juerga, de tradiciones y de amores. Y estas últimas, las cantaba con tanto entusiasmo que me quedaba esperando que le diese un beso al pilar.
Cada vez se canta menos. Y es una pena. Cuando me los encuentro, me quedo observándolos absorto, recordando a Campos y su eterno cante..